Primavera de 2020. En aquellos días casi todos estábamos confinados en casa. Sólo unos pocos trabajadores esenciales iban a trabajar y las calles estaban prácticamente desiertas. Nunca pensamos que eso podría llegar a ocurrir. Pero aún así los delincuentes no descansan.
Una septuagenaria es hallada muerta en su casa por una vecina amiga. Avisa a la Guardia Civil de su pueblo y ésta le pasa el testigo de la investigación a Bevilacqua y compañía. En principio parece una caso claro de asesinato por dinero ya que han desaparecido las tarjetas de crédito y se ha retirado dinero de los cajeros de varios pueblos aledaños. 
Al mismo tiempo uno de los "indios" de Bevilacqua debe confinarse en un pueblo extremeño para ganarse la confianza de un sospechoso de asesinato y descubrir el paradero de su víctima.
Revisando las imágenes de los cajeros y comprobando el tráfico en las antenas de los móviles, empiezan a encajar las piezas del puzzle. 
Y en Extremadura, entre partidas online del Fifa y el huerto, el guardia consigue que el malo se vaya confiando hasta que le pierde esa boquita.
Los casos de este detective de la UCO son más de gestión de recursos que los típicos de deducción: en este caso las cámaras y antenas de telefonía. 
El protagonista es demasiado culto y a veces resulta pedante, ya lo he dicho en más de una ocasión. No obstante me gustan sus historias. 
 
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