La época de las grandes gestas polares ya había acabado. Aún así el interés por los polos siguió estando muy presente entre la comunidad científica de todo el mundo. Hubo muchas expediciones a ambos polos para tomar datos sobre el clima, el hielo, la fauna e incluso la poca flora que allí se da. El libro que nos ocupa trata de una de aquellas expediciones.
El autor era un veterano de la exploración polar. Ya había participado activamente en alguna de ellas y en está asumió el papel de comandante. El objetivo era montar un campamento de observación meteorológica lo más al sur posible para tomar datos relativos al viento, la temperatura, la presión atmosférica y otras mediciones que escapan a mi entender. Para lograrlo dispusieron de los materiales más sofisticados que la época le podía brindar tanto mecánicos como tecnológicos. Iban bien pertrechados de todo lo imaginable, incluidos varios tractores y hasta un pequeño aeroplano.
Construyeron una pequeña cabaña desmontable que transportaron hacia el sur. Cuando el transporte mecanizado dijo basta, cavaron un hoy en la banquisa y allí montaron la cabaña. En principio estaba previsto que pasaran allí el invierno tres personas pero por diversas circunstancias al final el autor tomó la decisión de ir él en solitario. Así que allí se fue dispuesto a pasar el largo invierno antártico.
Al principio todo iba bien. Tomaba las mediciones, comía, oía música, leía. Las temperaturas bajaban y bajaban, pero cómo tenía una buena estufa y estaba bien aclimatado, no pasaba demasiado frío. Pero los gases de combustión de la estufa y la deficiente ventilación le hicieron caer enfermo y estar al borde de la muerte. Aún teniendo comunicación con la base, no quiso que fueran a buscarle para no poner en peligro la vida de otras personas.
Finalmente sus compañeros de la base se dieron cuenta de que algo no iba bien y adelantaron el rescate todo lo que pudieron y el invierno permitió.
Una vez en la civilización fue nombrado almirante y dio muchas conferencias y fue aclamado como un héroe.
Siempre se ha sospechado que la decisión de pasar el invierno en soledad no fue una decisión sobrevenida, si no que ya la tenía tomada. Por supuesto no hay nada en el libro que lo confirme pero investigaciones posteriores dan lugar por lo menos a la duda.
El libro se escribió años después de la experiencia y pueda que pierda un poco de frescura al estar todo tamizado por el tiempo. El propio autor lo reconoce, aunque el libro se lee con soltura.
Una pega de la traducción es no haber pasado las temperaturas de grados farenheit a celsius. Así cuando habla de 70 grados bajo cero se te hiela la sangre. No es que los 57 bajo cero celsius sean mucho mejores pero algo es algo.
VALE
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