El autor estaba pasando una temporada en las paradisiacas islas Marquesas, en la Polinesia, cuando conoció las tradiciones orales de la población nativa. Las historias contaban que unos hombres blancos y barbados, llegaron de oriente en balsas de troncos y poblaron esas islas. Los años pasaban y en la cabeza del autor se iba fraguando una idea: y si las leyendas fueran realidad; y si aprovechando las corrientes y los vientos dominantes del Pacífico sur, los hombres de los que hablan los mitos, hubieran colonizado las islas del Pacífico.
Expuso su teoría a los más prestigiosos antropólogos de la época pero ninguno le tomó en serio. Así que ni corto ni perezoso se junto con un puñado de nórdicos y buscando financiación y ayuda por aquí y por allá, se puso a hacer realidad su teoría. Hasta el Pentágono le echo una mano.
Se fue a Ecuador a talar los poderosos y ligeros árboles de balsa y los traslado hata El Callao, nombre del puerto de Lima. Allí habló hasta con el presidente del Perú y consiguió que la Armada peruana le prestara su ayuda.
Por fin terminó su balsa, la Kon-Tiki, nombre del dios sol en las culturas preincaicas, la lleno de provisiones y se echó a la mar. Estuvo flotando y dejándose llevar por las corrientes y los vientos durante poco más de cien días. Y recorrió casi sietemil kilómetros entre Perú y el archipiélago de las Tuamotu.
Es un libro entretenido y la prosa es ágil y no le falta una cierta dosis de humor noruego. Si es que eso existe.
Esta expedición carece de la épica de otras ya analizadas ya en esta bitácora, como las relativas al Polo Sur. Quizás por que carece de las dificultades y heroísmo que se dieron en aquellas. Esta parece demasiado fácil.
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