A finales del siglo XIX los polos eran de los pocos sitios que aún no habían sido hoyadas por las botas del hombre occidental. La mayoría de las exploraciones se dirigían al norte bien para encontrar los pasos del Noroeste y del Noreste, bien para alcanzar el polo Norte.
Como ya he contado en otros libros de la misma temática iré a lo particular de este libro.
De Gerlache, un teniente de navío belga y que yo sepa sin nada que ver con el turrón de su mismo nombre, ideo una expedición al polo sur. Su intención era entre científica y exploratoria. Quería llegar al polo Sur magnético pero para venderlo mejor, disfrazo la expedición de un tono científico. Una vez que consiguió los apoyos necesarios entre la alta sociedad belga se puso a la labor de planificar la expedición. Adquirió un barco y lo adecuó a su nuevo cometido: puso aislantes térmicos, arreglo la caldera de vapor, instaló una hélice retráctil, etc. Reclutó a unos cuantos ciéntificos: un belga, un polaco y un rumano que pasaban por ahí. Y luego vino lo más difícil: la tripulación de marinería. Bélgica apenas tiene unos ochenta kilómetros de costa y su tradición marinera es escasa, así que tuvo que echar mano de otras nacionalidades para completar la dotación. En su mayoría fueron noruegos capitaneados por un joven Roald Amundsen que ya despuntaba como una promesa de la exploración.
También tuvo problemas para conseguir un doctor y gracias a una serie de desastrosas casualidades, consiguió los servicios de Frederick Cook.
Cook por sí mismo ya es un personaje. Ya conocía el polo de haber viajado al Norte con Peary. Había estudiado a los Inuit y pensaba que había mucho que aprender de ellos respecto a su supervivencia en el polo. Me gustaría extenderme más pero no lo haré, por contra, buscaré un libro biográfico que hable de él.
Así que listo el barco, De Gerlache puso rumbo al Sur. Hizo escala en Rio de Janeiro y Punta Arenas. En ambos sitios tuvo problemas con la tripulación y hubo de despedir al cocinero y a algunos marineros que se amotinaron. Ahí se puso de manifiesto el carácter pusilánime de De Gerlache.
Finalmente pusieron rumbo al sur y localizaron la península Antártica y bordeándola por su oeste descubrieron el estrecho del Bélgica. Cuando salieron del estrecho el invierno se les estaba echando encima y pusieron rumbo norte pero el hielo empezaba ya a cercarlos. De Gerlache tomó la decisión de invernar en el hielo y fue una decisión que le pudo costar bien cara.
Al principio la cosa no iba mal. Se preparó el barco para la invernada y cada uno tenía sus quehaceres, pero cuando llegó la oscuridad empezaron los problemas. Además el escorbuto empezaba a hacer aparición sobre los cuerpos y las mentes de la dotación. En estos momentos fue Cook el que mantuvo a flote a la expedición: pensó que si los Inuit no padecían de escorbuto sería por alguna razón. Observo su alimentación carente de verduras y casi exclusivamente carnívora y llegó a la conclusión de que era necesario comer la carne disponible, pingüinos y focas, lo más cruda posible. Pronto la tripulación mejoró pero su comandante se negaba a tomarla con lo que su estado no mejoraba.
Cuando acabó el invierno y veían que el verano no liberaba al Bélgica, pensaron utilizar explosivos y sierras para abrir un canal por que el que escapar. Finalmente lo lograron con una mezcla de explosivos, sierras y buena fortuna.
Se habían librado por poco.
La verdad es que no conocía nada sobre esta expedición. Supongo que en algún momento habré leído algo sobre ella pero no guardaba recuerdo alguno.
Dos cosas me quedan claras con este libro:
La primera es que merece la pena buscar información sobre Cook. Un personaje que luego fue acusado de falsificar su llegada al polo Norte y que acabó su vida en la cárcel por estafa.
Y la segunda que Amundsen no llegó al polo Sur por casualidad. Todo lo que hizo lo hizo a sabiendas, con su experiencia acumulada de todas las expediciones anteriores en las que participó. Las críticas inglesas a su figura son totalmente inmerecidas.
VALE