A mediados del siglo XIX lo que se sabía del interior del África subsahariana era poco o nada. Lo que se sabía era por referencias recogidas por marinos portugueses o cronistas como Antonio de Pigafetta, muchas de las cuales eran más leyendas que hechos verídicos. Las posibilidades de hacerse con un trozo del pastel de aquella "startup" eran grandes y los beneficios potenciales, rápidos y grandes. Así que los británicos, que ya controlaban gran parte del comercio en el Índico, se pusieron a la labor de ir penetrando en el continente desde la costa oriental del continente.
En aquella época el tráfico comercial estaba controlado por árabes de la relativamente próxima Arabia. Sus caravanas salían de Zanzíbar y otros puertos y se adentraban en el continente para comerciar con esclavos y marfil, a cambio de telas, alambre y quincallería diversa. Estos fueron estableciendo pequeñas estaciones en las que las caravanas descansaban, comerciaban y se abastecían.
El Imperio británico, que en aquella época gobernaba los mares, puso sus ojos en África. Uno de sus hijos fue Richard Francis Burton un personaje digno de una película, que la hay, con el mismo título que adorna esta entrada.
Fue un polígloto que dominaba un buen número de lenguas, tanto occidentales como del subcontinente indio, donde llegó después de alistarse en el ejército colonial. Su dominio de las lenguas y su gusto por mezclarse con la población local, cosa bastante rara en sus compatriotas, le sirvieron para hacer misiones tanto diplomáticas como de espía.
Su dominio de los idiomas y su mimetismo con el paisanaje eran tan buenos que llegó a peregrinar a La Meca disfrazado de árabe, cosa estrictamente prohibida para los no musulmanes.
Este carácter y su crítica acerba de la sociedad colonial británica le valieron no pocos problemas. Además su interés por las costumbres sexuales de las indígenas tampoco ayudaron mucho. Como dato curioso hay que decir que fue el traductor del Kama Sutra al inglés.
Así pues, Burton y el capitán Speke, un compatriota suyo, partieron de Zanzíbar hacia el interior del continente con la intención de evaluar las posibilidades comerciales de la zona, y en la medida de lo posible averiguar dónde se encontraban las ignotas fuentes del Nilo. La ruta que siguieron les llevó hasta las orillas del lago Tanganica desde la costa. Unos mil trescientos kilómetros en los que invirtieron un buen puñado de meses. Los problemas tampoco fueron pocos: dificultades para encontrar porteadores, las enfermedades a los que los blancos no estaban acostumbrados, los robos y asaltos, hicieron que el viaje fuera una pesadilla.
Tampoco es de extrañar que tardaran tanto si Burton hizo la mayoría de esos kilómetros en una hamaca transportada a hombros. En su descargo hay que decir que pasó mucho tiempo enfermo por las maldades del clima africano al que el hombre blanco no estaba hecho.
Una vez que llegaron al lago intentaron localizar un ramal del Nilo que fluyera hacia el norte pero los que vieron desaguaban todos en el lago. En el viaje de vuelta Speke se desvió hacia el norte para investigar una información que les llegó, indicando que por allí había un gran lago. Speke fue a investigar y así fue como descubrió el lago Victoria.
Finalmente llegaron a la costa más maltrechos que sanos, liquidaron lo que pudieron y volvieron a casa.
Pues un libro cortito, un poco aburrido. Me esperaba más del personaje.