El autor es conocido, en el momento de publicar este comentario, por una trilogía que gira en torno al papel del Hombre en la Historia. Próximamente espero hacer reseña sobre alguno de ellos. Pero antes de eso, era un profesor de historiador centrado principalmente en el mundo militar. Su bibliografía está plagada de títulos sobre esta materia.
El libro que nos ocupa se centra en una época muy concreta de la Historia: la Baja Edad Media, que va aproximadamente desde el año 1000 al 1453 cuando los turcos toman Constantinopla, si bien en este libro se llega hasta mediados del siglo XVI con la operación sobre el molino de Auriol, de la que daré cuenta un poco más extensamente.
Empieza la obra analizando qué son las operaciones especiales y su encuadre en una época en la que predominaba la caballerosidad, entendida en un sentido extenso.
A continuación se fija en los objetivos de las operaciones especiales: destrucción de infraestructuras, plazas fuertes; asesinato o captura de personas; contra símbolos y armamento del enemigo.
Por último analiza en profundidad seis operaciones representativas.
- Antioquía, considerada la puerta de Oriente y en disputa a lo largo de casi todo el periodo de las Cruzadas.
- El rey Balduino preso en Kharpert,1123.
- El asesinato del rey Conrado en Tiro, 1350.
- Calais en la guerra de los 100 Años, 1350.
- Auge y caída de los príncipes borgoñones, 1407-1483.
- El molino de Auriol, 1536.
Algunas de estas misiones fracasaron pero sirven para darnos cuenta de la importancia que tienen este tipo de operaciones fuera de la guerra regular.
Veamos un poco la operación sobre el molino de Auriol y la importancia que tuvo.
En 1536 el emperador Carlos V estaba en guerra con el rey de Francia, Francisco I. Francia estaba prácticamente rodeada de territorios bajo soberanía de Carlos y en cualquier momento se podía desencadenar un ataque desde cualquiera de ellos. Finalmente este se produjo por la costa mediterránea desde Italia.
Los franceses, en franca desventaja numérica, practicaron una política de tierra quemada, retirándose hacia Marsella. Arrasaron cultivos, granjas y todo aquello que podía servir al enemigo. Cuando las tropas imperiales entraron en Francia, se encontraron con que las líneas de suministro no daban abasto para alimentar a todo el contingente. Uno de los alimentos básicos era el pan. Para hacer pan hace falta harina, y para hacer harina un molino. Los franceses habían destruido todos los molinos salvo el de Auriol que pertenecía a una abadía. Los imperiales protegieron ese molino con uñas y dientes, pues de él dependía el suministro de harina que era de vital importancia.
Los franceses al darse cuenta buscaron a alguien que se atreviese a destruir el molino. La operación debía salir de Marsella, atravesar veinticinco kilómetros por territorio enemigo, destruir el molino o dejarlo inutilizado y escapar.
Nadie se mostró capaz de hacerlo hasta que salió un veterano soldado gascón llamado Blaise de Monluc.
Monluc salió de Marsella a última hora de la tarde con apenas una centena de soldados y recorrió los veinticinco kilómetros que le separaban del molino en unas seis o siete horas. Aprovechando la noche y que el molino estaba extramuros, apostó a parte de su destacamento a las puertas de la ciudad, impidiendo a los defensores hacer una salida. Mientras él y el resto de los atacantes, destruyeron el molino. Los defensores creían que se enfrentaban a una fuerza muy numerosa y por eso no salieron de la plaza fuerte, y cuando lo hicieron ya era tarde.
Monluc volvió hacia Marsella por el camino de vuelta sin problemas.
La campaña de Carlos se vio fuertemente influida por esta operación, que si bien no puede decirse que fuera decisiva, sí fue parte importante del fracaso de toda la campaña.
Monluc fue ninguneado. Sus superiores se apuntaron el tanto, como suele pasar en estas ocasiones, aunque en guerras posteriores se desquitó.
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