El protagonista, un viejo espía de casi cincuenta años, está próximo a la jubilación, pero recibe el encargo de dirigir una pequeña oficina que se encarga de espías y colaboradores de bajo nivel. Como también es un apasionado del badmington, sí, también los hay querido Desocupado Lector, de vez en cuando juega con otro apasionado aficionado y se juegan una cañitas mientras hablan de Trump, de Oriente Próximo y el Brexit.
Entre unas cosas y otras y un montón de burocracia, monta una operación para atrapar a un agente inglés que vende secretos a los rusos. Pero la operación no sale como debería y se ve en la necesidad de recurrir a toda su experiencia para seguir siendo un hombre decente.
El autor es un clásico de las novelas de espías y tiene varios títulos memorables como El espía que surgió del frío o menos memorables como Un espía perfecto. También tiene uno de los personajes más reconocibles del mundillo como es George Smiley. Así que no le faltan credenciales al libro a priori. No es un mal libro de espías, pero se pierde en la burocracia y falta trabajo de calle, con persecuciones y callejones oscuros donde ocultarse y zafarse de los que te persiguen. A día de hoy y gracias a los medios técnicos, supongo que la vida del espía es muy diferente a cómo la contaban en los tiempos de la Guerra Fría. Lo que me lleva a preguntarme si a día de hoy pueden seguir existiendo novelas de espías de calidad.
Este género es uno de mis favoritos pero de las últimas novelas que he leído no he encontrado ninguna que sea propiamente típica del género. Más bien son como pelis de suspense, como la serie de John Puller, cuyas reseñas podrás encontrar en las etiquetas. Así que seguiremos esperando que alguien escriba una buena novela de espías.
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