Julius Henry nació en 1890 en Nueva York en una familia judía que poco tenía que ver con el espectáculo. Su padre era sastre, no muy bueno si creemos al autor y su madre hacia lo que podía por llevar la casa con el poco dinero que entraba.
Desde bien jóvenes Harpo, Chico, Groucho, Zeppo y Gummo tuvieron que buscarse las habichuelas trabajando de cualquier cosa. Finalmente empezaron a actuar en pequeñas escenas en los espectáculos de variedades que recorrían la costa este. Según pasaban los años los hermanos Marx se fueron haciendo cada vez más famosos y desde Broadway dieron el salto a Hollywood y al incipiente cine sonoro que les brindó una oportunidad de oro. Cómicos como Chaplin o Buster Keaton eran más visuales pero ellos rompieron moldes con sus diálogos absurdos, sus escenas de vodevil y la marca de la casa: el diálogo con el espectador, lo que se llama en teatro romper la cuarta pared.
Desde 1946 que rodaron Un Noche En Casablanca no volvieron a coincidir los tres hermanos. Groucho se veía ya mayor para ese tipo de comedia tan física. Posteriormente participó en programas de radio y televisión con distinto éxito.
El Autor nos cuento a lo largo del libro anécdotas con su típico tono irónico y mordaz. ¿Son verídicas? Si no lo son podrían serlo.
Cuenta finalmente que un día que estaba paseando se le acercó una señora que se disculpó por molestarle y que al final de la charla le pidió un pequeño favor: que no se muriese nunca.
Para mí los Hermanos Marx son geniales. Los de mi generación no somos ajenos a Chaplin, Buster Keaton, Harold Loyd, el Gordo y el Flaco. Tuvimos la suerte de crecer con sólo dos canales de televisión y de poder disfrutar de estos genios de la comedia física, pero los Marx siempre tendrán un lugar de honor en mi absurdo corazón.
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