Esta obra no se trata de un ensayo o libro de divulgación. Es una tesis doctoral. Su autor es un teniente general del Ejercito de Tierra, que tras retirarse se sacó su doctorado presentando esta tésis que le valió la calificación de Cum Laude.
El autor participó en una expedición española en los años 90 del siglo pasado, siguiendo el Camino Real Español que discurre por el sur de Estados Unidos. Durante la expedición descubrió que la huella que allí se dejó durante siglos aún era visible. Banderas como las de Alabama o Florida mantienen la cruz de Borgoña como tributo a su pasado español, e infinidad de vestigios históricos pueblan aquellas tierras.
Durante siglos los españoles intentaron incorporar a las posesiones de la corona las tierras de lo que actualmente es el norte de México y el oeste y sur de Estados Unidos llegando las expediciones españolas incluso a Utah y más al norte. Montana, que actualmente linda con la frontera canadiense también tuvo presencia española, prueba de ello la divisa de su escudo "Oro y Plata" o su propio nombre del estado.
La ocupación de aquellos territorios poblados por distintas tribus, que en su mayoría eran nómadas, viviendo de la caza y la recolección, no fue fácil. Muchas veces el choque de culturas provocó guerras, muertes y venganzas por uno y otro lado. Otras veces se mantuvo la paz, viviendo y comerciando entre ellos. Incluso llegaron a existir compañías militares como las de los opatas que lucharon eficazmente contra los apaches. Para llevar a cabo la colonización de lo que dio en llamarse las provincias internas en primer lugar llegaban los misioneros que instalaban una misión e intentaban cristianizar a los indios. No siempre lo conseguían pero allí donde conseguían asentarse, pronto llegaban colonos a establecerse, y con ellos los presidios.
Los presidios no tenían la acepción que conocemos actualmente. En aquella época se entendía como un establecimiento castrense en el que vivía la población militar, normalmente acompañada de sus familias. Eran lugares de frontera y se instalaban allí donde había que proteger a la población, tanto indios como españoles.
Un presidio estaba al mando de un capitán, un par de tenientes y sargentos, y un número variable de soldados. Normalmente inferior a la centena. Los presidios se trasladaban de sitio según iba avanzando o retrocediendo la frontera, o si había problemas en algún determinado lugar. Desde California hasta el golfo de México hay una larga frontera, unos 3500 kilómetros. En el reglamento de 1772 se intentó que hubiera un presidio cada cuarenta o cincuenta leguas, aproximadamente unos 150 kilómetros. Toda esa distancia debía ser patrullada constantemente para evitar las razias de las tribus hostiles que atacaban los ranchos y poblaciones para abastecerse. Especialmente codiciados por los apaches eran los caballos. Cada presidio disponía de seis o siete caballos por cada soldado más una mula. Este ganado debía ser vigilado, con lo cual parte de la dotación del presidio debía dedicarse a ello, con lo que las labores de patrulla se veían afectadas.
Esta tesis se centra en los problemas de frontera que hubo durante los reinados de Carlos III y Carlos IV. Es un trabajo concienzudo, bien documentado. A menudo adolece de exhaustivo poniendo listas interminables que le restan amenidad y aportan poco. La edición tampoco es demasiado buena, y le haría falta una maquetación más digna. La obra lo merece. Tiene además una gran ventaja: es accesible para cualquiera que esté interesado en el tema a través de este enlace:
Españoles, Apaches y Comanches.
Durante estos días, mayo y junio de 2020, ha habido protestas a través de todo el mundo por la muerte de un ciudadano negro en Mineápolis, al que un policía blanco le asfixió al detenerlo. A raíz de estas protestas se derribaron y vandalizaron varias estatuas de personajes célebres no sólo en Estados Unidos: Edward Colston, comerciante de esclavos y filántropo, si ello es posible, Leopoldo II de Bélgica, propietario del Congo, Cristóbal Colón, Jefferson Davis, general confederado, fray Junípero Serra, misionero que desarrollo su labor en California. Todos estos personajes han caído en el mismo saco sin hacer distingos.
No tengo ánimo de polemizar pero leer esta obra podría hacer cambiar de opinión a algunos: es cierto que los españoles se asentaron en terrenos en los que vivían otros pueblos, que lucharon con ellos y finalmente los dominaron, pero también es cierto que en el ánimo de los españoles no estaba excluir sino incluir a aquellos pueblos. Prueba de ello es la expedición Balmis, que llevó la vacuna de la viruela a todas las posesiones españolas alrededor del mundo. Años más tarde los Estados Unidos tuvieron la soberanía de aquellas tierras y entonces sí que se expulso a los indios de sus tierras, ubicándolos en reservas, muchas veces a cientos de kilómetros de sus lugares de origen y en parajes inhóspitos, y se usó la viruela como arma biológica contra una población desprotegida. Como se decía en aquella época, el mejor indio, el indio muerto. En esta misma bitácora ya hablé de un libro que se ocupaba de este mismo tema
Guerras Apaches.
Y ya lo dejo que me he excedido más de lo que es común en esta bitácora y por lo que te pido disculpas querido Desocupado Lector.